Leyenda del Callejón del Suspiro
Y así pasaron varios meses, hasta que una noche después de tanto caminar el caballero misterioso, sin proponérselo, llego al Callejón del Suspiro, el cual, en ese entonces había sido destapiado.
En ese momento algo llamó su atención: era la luz de una casa que se encontraba al fondo de aquel callejón; sus ojos brillaron de alegría y presuroso llegó hasta la puerta de esa casona. Tocó varias veces hasta que el mozo le abrió.
– ¿Vive aquí Doña Anunciación Avelar? – preguntó el caballero. El mozo contestó: – En efecto, aquí vive y lo esta aguardando.
El caballero entró y se quedó contemplando aquella antigua y espaciosa estancia. De pronto sintió la presencia de alguien que le llamaba, y que le atraía poderosamente. Al voltear su vista hacia la escalera, descubrió una figura fantasmal vestida de novia que se deslizaba por sobre los peldaños de manera delicada y lenta. A diferencia de toda la gente que se la había encontrado, él no sufrió impresión alguna al ver a ese ente y con gran emoción exclamó:
– ¡Doña Anunciación! Y ella le contesto:
– ¡Don alonso!
Al tiempo que extendieron sus manos, las del caballero se mostraron descarnadas y se enlazaron con las de ella, que eran huesos con algunas uñas al mismo tiempo que acercaron lo que quedaba de sus rostros y se besaron con amor. Después, tomados del brazo como los enamorados que eran, salieron de esa casona y se encaminaron por el Callejón del Suspiro hasta llegar a la antigüa capilla de San Francisco. Ahí los recibió un fraile quien, en ese momento, no pudo mirarles sus rostros que llevaban cubiertos.
El caballero misterioso pidió hablar con Fray Matías Tolentino. El fraile contestó que fray Matías había muerto hacía ya 50 años, pero que él era su sobrino y que estaba en la mejor disposición ofrecerle sus servicios; entonces el caballero le solicitó con prisa que los casara en ese momento, pero el fraile contesto que sería más prudente esperar al día siguiente para realizar la ceremonia de acuerdo a las normas cristianas.
El caballero insistió indicando con firmeza que los designios de Dios eran inaplazables y que ese día por fin había llegado, para que el alma de una mujer que había estado sufriendo durante ciento cincuenta años por no haberse podido desposar a su tiempo, lograra encontrar la paz y el descanso eterno, que por favor lo hiciera tal y como debió haberlo hecho su tío hacía ya tantos años.